¿Cómo se relaciona el ritual de perdón de la tribu Babemba de Sudáfrica con honrar nuestro dolor?
En esta tribu, cuando un miembro hace algo que lastima a otro individuo, cada hombre, mujer y niño se reúne en círculo alrededor de la persona acusada. Luego, cada miembro de la tribu se turna para hablar con el acusado, recordándole las buenas acciones que la persona ha llevado a cabo en su vida. Esto puede continuar durante días, aunque signifique que todo el trabajo en la tribu se haya detenido. Al final se lleva a cabo una celebración, dándole la bienvenida “de nuevo” al miembro de la tribu.
A veces es demasiado. Las presiones, ya sean de las demandas que nos ponemos a nosotras mismas o de las demandas percibidas que tenemos de los demás o de parte de la sociedad. Consciente- o inconscientemente estamos corriendo hacia lo siguiente sin tomar una pausa … Y tenemos esta sensación de que algo no está del todo bien, ya sea con nosotras mismas, en nuestro interior, o con el mundo. Puede que sea relacionado a ser testigo de tanta injusticia social, de la contaminación, del cambio climático, del conflicto político, o el hecho de que, al llegar a la edad adulta, nos damos cuenta de que este mundo adulto al que ahora pertenecemos y que nos rodea, las personas supuestamente “adultas” que lo constituyen no son exactamente lo que esperábamos que fueran. Vemos personas con poca paciencia, un consumismo excesivo, nos fijamos en la violencia y en la discordia que nos transmiten los medios y de una carencia de buenas noticias. El vocabulario que nos rodea es carente de palabras como: cariño, compartir, colaboración, cooperativismo, solidaridad, sostenible, paz, etc. Hay un aumento de la incidencia de enfermedades concretas, como ciertos tipos de cáncer, afecciones cardíacas y digestivas, alergias y enfermedades autoinmunes, y otras psíquicas, tales como la depresión, la ansiedad.
El estrés está relacionado con una variedad de enfermedades: en el mundo natural, nuestros antepasados lejanos que vivían en un grupo donde se sentían protegidos la mayor parte del tiempo debido a los roles de cooperativismo entre ellos con miembros que vigilaban y lanzaban la alerta al ser necesario, rara vez estarían sujetos a una respuesta de huida o lucha que es la que causa la liberación de hormonas del estrés (adrenalina, norepinefrina, cortisol) y de serlo, se recuperarían rápidamente volviendo a un estado relajado una vez que el peligro hubiese pasado. Internamente al grupo los desacuerdos y desequilibrios pueden causar estrés, pero igualmente solían ser transitorios. Pero eso ya no sucede. Estas reacciones ahora a menudo se sostienen en el tiempo, es decir se cronifican, porque los desencadenantes son emocionales. Aunque surge una respuesta corporal idéntica, puede que la identifiques como perteneciendo a diferentes situaciones o emociones, como ansiedad / pánico / miedo / agresión o ira defensiva, etc. Los síntomas corporales incluyen cualquiera de los siguientes: taquicardia, dificultad para respirar, tensión abdominal, sudoración, malestar abdominal, náuseas, tensión muscular o dolor, parálisis parcial o completa (incapacidad para moverse). Obsérvate cada vez que sientes estrés: ¿cuánto tiempo dura?
La depresión y la ansiedad han alcanzado proporciones pandémicas en la actualidad en muchas partes del mundo y sus incidencias están aumentando rápidamente. Reflejan un malestar, en otras palabras, de que no estamos a gusto con nuestra forma de vida o con nuestro entorno. Esto es dolor, tan válido como un dolor físico. El dolor psíquico o emocional frecuentemente tiene su semilla en nuestra infancia: cuando somos jóvenes, la sociedad, mediante la familia y nuestros cuidadores, nos forman para habituarnos a conformarnos y entrar en un contrato social implícito con maneras de operar dentro de un mundo particular. Este condicionamiento, el tener que actuar y ser de cierta manera para acoplarse a expectativas que tienen los demás de nosotros, genera esas mismas expectativas en nosotros mismos, y en turno, de los demás. Y esto a menudo es a costa de expresar nuestra verdadera naturaleza. Ella gradualmente se entierra profundamente en nuestra psique.
Con el tiempo, nuestra naturaleza encuentra una manera de llamarnos, y se manifiesta en un malestar, que se refleja en o bien emociones negativas, comportamientos o dolencias físicas y/o psicológicas. Esta inquietud o malestar se cronifica y nos impide florecer para convertirnos en nuestro auténtico ser y de caminar con nuestro propósito fundamental, para el cual hemos nacido. Un propósito que nos proporciona satisfacción profunda, bienestar, y que genera en uno una sensación de paz y profunda apreciación de que todo lo que estamos haciendo es satisfactorio y merece la pena.
Si sentimos malestar, ¿qué podemos hacer? El proceso es análogo a hacer un diagnóstico. Un médico no puede tratar adecuadamente lo que no reconoce. Si trata el síntoma sin tratar la causa, la enfermedad y el síntoma suelen recurrir y persistir. El diagnóstico por lo tanto determina el tratamiento. Lo mismo se aplica a este dolor psíquico, y me atrevería a decir que es un dolor del alma. No es casual de que la palabra “psiche” viene del griego: aliento/ vida/alma. Pero modernamente hemos extirpado esta última faceta de lo que es la psiche, sin darle el reconocimiento debido: es mucho más que una mente, es también alma. En el mundo científico se mete en duda la existencia del alma ya que no conseguimos (por ahora) medirlo.
No se trata de extirpar el dolor. Debemos reconocer y nombrar los elementos que causan el dolor colectivo histórico y actual, el de nuestros padres y el de nuestras comunidades, que son un espejo y coexisten a la par de nuestro dolor personal. Desde ese abrazo, esa aceptación y contemplación del dolor – no necesariamente una tarea fácil – podemos emprender el camino hacia la sanación, tanto individual como colectiva. Para unos, esa arenilla en el zapato que nos entorpece puede ser más o menos abundante, más o menos incordiante, y la estrategia que empleamos para sobrevivir a pesar de esta incomodidad, es una estrategia que a menudo nos acompaña desde la infancia, pero que ya no nos sirve de adultos, impidiéndonos vivir plenamente. La estrategia varia de una persona a otra, y hay un número determinado de estrategias o mecanismos. Reconocer esa estrategia es importante para hacer los cambios necesarios y llegar a sanar. Es nuestro punto de partida.
La mayor parte de nuestro tiempo en la Tierra hemos co-evolucionado con entornos naturales y con otros seres sintientes. En la sociedad moderna nos hemos aislado en gran medida de este entorno habitual del que procedemos. Por lo tanto, esta separación se convierte también en una de nuestras necesidades básicas, junto con otras que descuidamos con el tiempo, y es la de estar en la naturaleza. A esta necesidad se suma la de expresar nuestra verdadera y propia naturaleza que nos permite elegir un camino de vida en el que estemos convencidos de que estamos cumpliendo con nuestro propósito. A menudo no somos conscientes de que la necesidad existe. Si se ha transformado en un «síntoma», hábilmente ofrecemos una explicación. Pero esta es debido a la “estrategia” que nos impide ver. Este camino hacia nuestro verdadero propósito y fuente de inquietud requiere tiempo y paciencia. Y sí, cada uno de nosotros tiene un propósito específico. El solo hecho de observar la diversidad de la naturaleza humana demuestra claramente cómo somos seres creados para muchas posibilidades. Hay herramientas potentes para determinar la fuente del malestar y subsecuentemente gestionarla y prácticas que nos permiten restablecer equilibrio. Y la Naturaleza también nos ofrece una vía de sanación. Esto será el tema de otro blog.